domingo, 21 de febrero de 2010

EL DÍA UVE

Ya dentro del autobús de la línea 56C con destino a la costa, y mirando fijamente el asqueroso aspecto del bocadillo comprado en el establecimiento coreano de al lado, el todavía Joven Otrebo comenzó a divagar sobre cómo haría para morir esa noche. Había leído mucho sobre lo que ocurriría, sí, y sobre cómo afectó a diversos personajes, también, pero no tenía ni idea de qué es lo que iba a pasar exactamente: ¿Qué iba a bajar del cielo? ¿Qué iba a subir de la tierra? ¿Qué iba a emerger de la oscuridad líquida? ¿Qué puerta de qué dimensión se abriría? ¿Qué cataclismo sucedería?

Con la mente ocupada en estas y otras cuestiones llegó a la parada en la que tenía que bajar. Se levantó del pegajoso asiento atestado de firmas de adolescentes sobre hormonados y bajó del autobús. Esperó a que arrancara el conductor para poner rumbo a su destino, al Acantilado del Gadú, pues era una zona protegida y, por tanto, prohibida para cualquier invasor. Habiéndose asegurado de que nadie le seguía con la mirada, algo muy improbable a aquellas horas de la noche y en aquellos lares, comenzó a andar, primeramente, por el ancho arcén de la carretera nacional por la que había llegado con el autobús, esta vez unos cuantos centenares de metros en dirección contraria. Después, se adentró por el denso matorral que se extendía a su izquierda, por un pequeño camino de unos ochenta centímetros de ancho, libre de los altos arbustos que lo lindaban.

Conocía todo ese camino de memoria, desde que era pequeño. Pero había algo poco familiar, le había embargado una sensación fría y distante desde que se había encaminado por él.
Se estaba alejando.
Quizás se había equivocado y se había adentrado en la espesura antes de lo convenido… quizás esa sensación se debiera a lo que estaba aconteciendo sobre su cabeza y era lo que tanto había estado esperando…
Miró al cielo, cielo despejado, despejado de nubes y claro, claro como la luz de luna que bañaba tibiamente la explanada que lo envolvía y que formaba siluetas sobre el oscuro suelo.
Y lo vio. Vio Venus acercándose a la esfera plateada de la luna llena. Y el todavía Joven Otrebo seguía alejándose del lugar. Era una sensación indescriptiblemente familiar, agitada y familiar, sobrecogedora y familiar, angustiosa y familiar.

Afuera, en la fría distancia, un gato montés gruñía y dos jinetes iluminados se acercaban. El viento empezó a ulular. Y él seguía alejándose, hasta que dio de bruces contra la arcillosa realidad.

5 comentarios:

  1. ¿crees que no me iba a dar cuenta que el final es de Bob Dylan?

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  2. en un principio lo cogi de la version de jimi hendrix, despues vi ke era de dylan
    jaja ni mucho menos... es mas, keria ver si te ibas a dar cuenta, y demostrarme cuanto sabes sobre él
    de todas formas esta algo cambiado

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  3. jajaj tio, la mejor cancion de Jimi es de Bob
    y yo soy la mejor grupie del mundo

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