viernes, 28 de febrero de 2014

Eva tumbada en las playas inexistentes





 El cofre tenía la boca abierta
Y Eva recontaba sus galletas
Con los lagos celestes
Sobrevolando y vertiendo destellos sobre la isla recóndita.
Con la arena rosada haciendo industriosos montículos entre sus pies.
Con los mongólicos flamencos rascándose el pico contra los cocoteros.
Con el buen tiempo disfrazando su piel.

Ya llevaba el suficientemente tiempo perdida
Entre líneas
Como para ir vestida con hojas y ramitas,
Con lama y verdín,
Que vivían, que se ondulaban en los soplos del anochecer,
Mucho antes que ella, por allí.

Todas esas veces que la brisa le había cepillado el pelo
(Hasta cien llegó a contar)
Y todo ese jugar por los bajíos al escondite
Con los tesoros escondidos por la corriente,
Le daban hambre
Y le hacían olvidar.

Un sol débil y difuso,
Enfermizo y del todo sin despertar,
Como con sus rayos recién salidos del mar,
Se había extendido por su mente
Como un tintero volcado,
Como una primavera de atolones y arrecifes,
Y había igualado con tinta  y coral,
Todas las palabras importantes
Que antes habían sido escritas,
Que antes ocupaban su lugar.

Eva mordisqueada por el dibujo de las olas que se alejan
Olvidaba la hora de la tarde en la que le gustaba besar a su chico,
Y como éste, sin que ella lo pidiera, le intentaba animar
A prescindir de su soledad.
Soledad que la vestía y entrecomillaba,
Soledad que agradecía y a veces esperaba 
Entre la multitud y su arrogancia.

Se olvidaba de la acidez de su droga favorita
Y como está burbujeaba adentrándose en su nariz,
Arrancándole la vida, desglosando su sangre
Y llevándola a sitios por vistas a vestigiosas luces
Y por pedregosos e inclinados pasillos.
Sitios a los que pertenecía realmente.
Sitios aún más raros que éste.

Dejaba de lado los días de pago
Y el amarillento y recto bigote de su casero apuntando,
Tratándola  como morosa y niñata.
Pero también se le empezaba a borrar el hecho de respirar
Con todas las fuerzas que le había enseñado la libertad,
Con todas las nubes blancas que aguantaban sus pulmones
Al despojarse de la pesadez del dinero debido durante meses,
El hecho de irse inmediatamente después a meter la cabeza en las barras 
A preguntarle a una camarera risueña  por su espumosa caña.


Olvidaba las violentas discusiones pasadas 
Con su padre por sus horas de vuelta
Y su monologo peyorativo que con los años se había convertido,
Casi sin darse cuenta,
En un golpe amable en la espalda cuando se encontraban
Porque de alguna forma estaba orgulloso de ella,
De la vez que había sobrevivido a la adolescencia sin embarazos,
De la vez que acabó los estudios sin mucha nota pero con algo,
De por fin conseguir que irguiera la espalda y la pechera
Cuando caminaba por el pueblo con ella.

También olvidaba con la sal yendo hacia las cepas de su cicatriz
Un preciado recuerdo en el suroeste,
En los bulevares de un astillero deplorable,
Donde un Bogart de barrio le rugió:
“Me gustas.  Más tarde averiguaré porqué”
Se ruborizó aunque no era ni  mucho menos guapo,
Se sintió hermosa, repleta
Y acto seguido endureció sus tobillos
Y se recolocó las tetas.

Las largas algas le ataban a su memoria todas las patas
Desde lo más liviano hasta en lo más íntimo,
Y fue fácil sentirse bien
Con las risas explosivas y mindangas de su dulce niño,
Con el taladro de sus llantos entre sus pechos insuficientes y cortados,
Sumergiéndose como hierros soltados
En el piélago del infinito.

 Si había un problema en Eva
Era el ser todo y lo que le daba la gana
En su propio e ideal cuento en la rivera.
La soledad que es una artista del veneno
La tocaba como una flor
Y en esas lejanas orillas
Olvidaba y olvidaba ella
Estar de vuelta
Y ser concretamente Eva.

 -Dimas- También conocido como Elchichodelmillóndecéntimos











domingo, 9 de febrero de 2014

Cherchez la femme


El otoño estaba siendo caluroso.

Las hojas todavía no rugían bajo los pies presurosos de la gente, ni bajo el plomizo paso de los míos. Las chicas sentían recelo de esconder sus clavículas detrás de capas y capas de ropa. Mis canillas, muy abajo de aquellas miríadas de hombros desnudos, no querían ser menos y también se resistían a dejar de ver ese exuberante espectáculo. Era como si el verano no hubiera querido abandonarnos sin darnos antes un largo y pegajoso abrazo.

Aparte de éstos, mis recuerdos de aquel otoño se amontonan como una fina neblina que no deja ver, aun habiendo dejado pasar el tiempo, el vasto océano que se extiende bajo ésta. Poniendo toda mi atención, sólo acierto a recordar, a ver, lo pequeño, la superficie, la neblina. Recuerdo el calor y la viscosidad de la camiseta sudada bajo la mochila. Recuerdo el olor del asfalto derritiéndose en la parte nueva de la ciudad y de la humedad al cruzar el lastimero río. Recuerdo la presencia revoloteadora del incienso que se escapaba a través de las grietas de alguna de las iglesias de la parte vieja de la ciudad. Y recuerdo el estremecimiento que me producía la brisa al recorrer todo mi cuerpo, cuando llegaba y dejaba caer todos mis bártulos a los pies de la escalera de entrada.

Pero por mucho que trate de esforzarme, nunca consigo llegar a ver el océano. No sé dónde, aunque en realidad no importa. No sé cuándo exactamente, pero sí que fue en ese otoño. Te encontré y no te buscaba. Te vi en ese entonces caluroso y en ese lugar indeterminado. Me fijé en ti, en tu cadencia, en tu fuerza gravitatoria, en el halo blanco que desbordaban tus hombros desnudos, en tu corona oscura como recién bruñida. Sin embargo, el tiempo no se paró, ni la gente de alrededor desapareció, ni los sonidos disminuyeron. Pero algo ocurrió para que eclipsaras todo aquello que en ese momento podía distraerme, incluso a aquel que entonces se alimentaba de tu sola presencia.

El otoño siguió siendo caluroso unas semanas más.