miércoles, 16 de noviembre de 2011

La parálisis de la luna muerta



Todos los poemas mentían.
Ella no era la llave del sur.
Borró la cerradura con el último trago que se debía.
No creas que me sentaba tan mal que hubieras sido tú.

En el salón la luna se quedó muy quieta
Hasta dejar de mirarnos y desplomarse muerta.

Bonito oficio era en nuestra cara el de la nieve de verano
Ahora que el infierno lo habían cerrado
Y Satán se tuvo que desalar y venir a vivir al piso como Erasmus

Diría que me acordaba de una canción celta subiendo en el ascensor
Diría de ser luciérnagas de brillar quemadas
Sacando a volar al edificio atado de un cordón

-Dimas- También conocido como "GO!DIMAS"

A propósito de...
Érase una fiesta lejos del hogar con chicos lejos de su hogar y con una chica lejos de sí. Bueno, mis queridos mendigos lectores ya era hora de que subiera algo, he estado de viaje y quizá siga todavía en él. No siento la tardanza

martes, 15 de noviembre de 2011

Guía de un célebre autoestopista


Un dedo pulgar hacia arriba, e inmediatamente un fogonazo de luz y una bocina. Un camión ronroneaba en frente suyo, esperándole.

Fue recibido por un gruñido de interrogación de un escuálido hombre, a lo que contestó con un gesto de fingida indiferencia. El escritor subió y se sentó con dificultades, intentando no tocar la caja rebosante de palomitas que ocupaba el lugar que deberían ocupar sus pies. Pronto se dio cuenta de que la cabina del camión tenía un olor particular, como a salitre y moho. Todo allí estaba húmedo. Lo estaba la manta de manchas de dálmata que cubría el asiento del copiloto; lo estaba la palanca de cambios por las grasientas manos del conductor; lo estaba el calendario erótico que pendía detrás de los asientos; lo estaban las axilas del auriga, mal resguardadas en una camiseta sin mangas.

El camionero aceleró bruscamente y el otro, con los pies sobre el asiento, besándose las rodillas y con el maletín pegado al pecho como una carpeta de adolescente, se echó hacia atrás por la inercia. Pero las fuerzas le fallaron y cayó sobre el costado izquierdo del camionero, sobre el tatuaje de caracteres cirílicos, tirando la bolsa de su regazo. Fue entonces cuando pensó que iba a morir... hoy por tercera vez.

Un ovillo de lana, o un gatito asustado y asustadizo que corre a protegerse a la barriga de su madre ante la presencia de un gatito algo mayor y desconocido. Ése era ahora el insigne escritor autoestopista. Paralizado por el miedo a la reacción que pudiera activarse en el cerebro o, aún más peligroso, en el fibroso brazo del conductor, no pudo más que entornar los ojos, preparado para recibir la estocada de gracia.

Pero no pasó nada.

martes, 1 de noviembre de 2011

Frutas del bosque nevado (II)


KO.
Un bosque, sin duda alguna encantador. Me desperté en un bosque encantador y nevado, blanco. Aún así preferiría que no fuese un bosque.
Acostado aún en el suelo, intentando recordar cómo había llegado a esa situación, vi unos cuervos cruzar mi campo de visión y perderse, a lo lejos, en el más blanco de los cielos. Esto me hizo recordar lo que me había desvelado del letargo impuesto por el puño de Françoise, la camarera: un zumbido, como de batir de alas, que venía desde alguna de las frondosidades que me rodeaban, pero rápidamente el batir de alas había sido sustituido por un canto estridente que también se desvaneció. Seguramente habrían sido los mismos pájaros que unos segundos después había visto perderse, recortando sus siluetas negras, en ese cielo a punto de estallar.
Pero rememorar por un segundo mi idilio con Françoise, la púgil, hizo que mi mandíbula y mi pómulo izquierdos volvieran a retorcerse de dolor. Fue entonces cuando, al tocar las deformidades de mi cara, me despegué del suelo y me puse en pie, muerto de miedo por no saber donde estaba ni lo que había pasado la noche anterior, y muerto de dolor por mi cara desnaturalizada y mi espalda ahora sin piel y en carne viva.
Y, por si fuera poco, a todo esto se le sumó el dolor (físico y mental) de cabeza que me sobrevino al resbalar con una especie de cuadernillo que pululaba por allí cuyo título, vi después de incorporarme, rezaba algo así como “Moleskine de un nuevo Mesías: vida, pasión y muerte de Samuel Mavic”.
No necesito presentarme porque, según esto, ya estoy muerto.

P.D.: A aquellos miembros que estudian en el exilio: no me creo que no estéis escribiendo. He dicho.