sábado, 27 de diciembre de 2014

(Póngase aquí el nombre, si lo tuviese, de la musa que alguna vez se haya tenido)

Ella me recuerda a una escultura clásica.
Una prenda liviana y traslúcida la cubre suavemente. Su piel adquiere el color de cualquier luz que la alumbra, pero su belleza se agudiza con la inclinación del atardecer. Los cabellos que no han quedado recogidos caen sobre su nuca como ramas movidas por el viento del mar que parece rodearla. El contrapposto le permite moverse sin necesidad de bajarse de su pedestal, desde donde lo ve todo. Atrae irremediablemente con su mirada blanca y mate, con su aroma levantino, y con la curiosidad que genera en los demás la piel tersa de sus senos, esos mismos que se sonrojan cuando alguien los está mirando.

Ella me recuerda a una diosa.
Es fascinante. Caen rendidos a sus pies muchos, centenares, desde hace siglos. Es orgullosa. Nadie se atreve a desafiarla, pero todos la que la contemplan, acobardados detrás de sus parapetos, la defenderían sin dudar. Es preciosa. Pero nadie, ni ella misma, pretende sucumbir a sus encantos.

Ella me recuerda a la Venus de Milo.
Es inabarcable. El ritmo de los pasos de la mayoría de las personas no sirve para recorrerla, aunque acaben agotadas. La puedes llegar a mirar por todos sus ángulos, pero no puedes llegar a entenderla en su conjunto. Quizás ésa es su venganza por el hecho de que nadie intente, por no tener brazos, amarla de verdad.

Ella, que es allí, es un lugar. Una ciudad.
Sí, en algún momento de mi vida he tenido como musa a una ciudad. Una ciudad atrayente, fascinante, orgullosa, preciosa e inabarcable. También caótica, como toda buena fuente de inspiración. Atemporal, ya que lo que ella nos permite ver es simplemente todo aquello que le ha pasado a todos los que han vivido en ella alguna vez. Y, sobre todo, simple e incomprensible, como un autobús en el que los ocupantes y las maletas se desbordan por sus lados.

Pero, como inspiración que era, se fue como vino, sin avisar.


martes, 18 de noviembre de 2014

Porqué creo que soy una cebolla.














Se dice que las personas guardamos nuestras vergüenzas
bajo capas y capas de cebolla.
En ocasiones, para llegar a ellas
- sea cual sea el motivo -
tenemos que llorar.

Sin embargo, un día llega alguien
que te importa y a quien tú importas.
Alguien a quien sabes has herido,
- queriendo o sin querer,
según sople el viento-.
Y te mira de una manera tan inquisitiva
que te atraviesa la mente hasta grabarse en tu nuca.

Tiemblan tus recuerdos más traicioneros,
se reúnen en tu mente,
como si fueran invocados.
Él parece oírlos tremolar
y tú de repente desearías incinerarlos.

sábado, 30 de agosto de 2014

A la negra sombra del agua
















Que suba la marea
en la celda que tengo reservada.

Buen intrumento es mi cuello
para medir el nivel del agua.

Ni remos cobardes, ni llaves de cobre,
que me mantengan a flote.

Que tengo por pies una quilla agujereada
y de capitán una pequeña ventana.

Achicar el aire hasta que no salga.
Llegarán a las paredes mis dedos
como llegan las olas a la playa.

Me muera yo entre la sombra que parten los barrotes
y un bosque de burbujas saladas.

-Dimas- También conocido como el "Hijodeputapródigo"

lunes, 14 de abril de 2014

El Delfín


Antes de entrar, la mujer del zapatero se asomó, de puntillas, por el pequeño hueco enrejado de la puerta. No lo pudo ver desde allí, así que se puso nerviosa. Era el único consejo que su marido le había dado: “ante todo, conserva la calma cuando estés dentro”. Lo recordó en ese momento, y sus nervios se alteraron más todavía.
Antes de abrir la puerta, con las llaves en la mano, miró a izquierda y derecha, encontrándose con un largo y solitario pasillo en ambos lados. Sabía que no iba a haber nadie, pero quería asegurarse. En toda la prisión sólo quedaban ella, su marido, que vigilaba la entrada, y el pequeño Delfín. Los demás estaban en la Plaza, a la espera de un nuevo festival de sangre. O en las callejas cercanas, en pleno festival de embriaguez.
Una vez abierta la puerta, pudo verlo al fin. Estaba tirado en una esquina encharcada de a saber qué, con toda la piel llena de pústulas supurantes. Sus nervios, pese al olor a muerte y humedad, disminuyeron al ver que el pecho del pequeño todavía subía y bajaba, aunque de forma muy espaciada.
“Es la celda más sombría del Temple”, pensó la mujer del zapatero antes de vaciar la cesta que llevaba consigo y agacharse a recoger al pequeño Rey, que apenas pesaba más que la ropa que acababa de dejar caer. Antes de salir de la celda, comenzó a silbar, nerviosa de nuevo, La Marsellesa, que resonó por todos los muros de la antigua fortaleza. Aunque nadie la pudo oír.

viernes, 28 de febrero de 2014

Eva tumbada en las playas inexistentes





 El cofre tenía la boca abierta
Y Eva recontaba sus galletas
Con los lagos celestes
Sobrevolando y vertiendo destellos sobre la isla recóndita.
Con la arena rosada haciendo industriosos montículos entre sus pies.
Con los mongólicos flamencos rascándose el pico contra los cocoteros.
Con el buen tiempo disfrazando su piel.

Ya llevaba el suficientemente tiempo perdida
Entre líneas
Como para ir vestida con hojas y ramitas,
Con lama y verdín,
Que vivían, que se ondulaban en los soplos del anochecer,
Mucho antes que ella, por allí.

Todas esas veces que la brisa le había cepillado el pelo
(Hasta cien llegó a contar)
Y todo ese jugar por los bajíos al escondite
Con los tesoros escondidos por la corriente,
Le daban hambre
Y le hacían olvidar.

Un sol débil y difuso,
Enfermizo y del todo sin despertar,
Como con sus rayos recién salidos del mar,
Se había extendido por su mente
Como un tintero volcado,
Como una primavera de atolones y arrecifes,
Y había igualado con tinta  y coral,
Todas las palabras importantes
Que antes habían sido escritas,
Que antes ocupaban su lugar.

Eva mordisqueada por el dibujo de las olas que se alejan
Olvidaba la hora de la tarde en la que le gustaba besar a su chico,
Y como éste, sin que ella lo pidiera, le intentaba animar
A prescindir de su soledad.
Soledad que la vestía y entrecomillaba,
Soledad que agradecía y a veces esperaba 
Entre la multitud y su arrogancia.

Se olvidaba de la acidez de su droga favorita
Y como está burbujeaba adentrándose en su nariz,
Arrancándole la vida, desglosando su sangre
Y llevándola a sitios por vistas a vestigiosas luces
Y por pedregosos e inclinados pasillos.
Sitios a los que pertenecía realmente.
Sitios aún más raros que éste.

Dejaba de lado los días de pago
Y el amarillento y recto bigote de su casero apuntando,
Tratándola  como morosa y niñata.
Pero también se le empezaba a borrar el hecho de respirar
Con todas las fuerzas que le había enseñado la libertad,
Con todas las nubes blancas que aguantaban sus pulmones
Al despojarse de la pesadez del dinero debido durante meses,
El hecho de irse inmediatamente después a meter la cabeza en las barras 
A preguntarle a una camarera risueña  por su espumosa caña.


Olvidaba las violentas discusiones pasadas 
Con su padre por sus horas de vuelta
Y su monologo peyorativo que con los años se había convertido,
Casi sin darse cuenta,
En un golpe amable en la espalda cuando se encontraban
Porque de alguna forma estaba orgulloso de ella,
De la vez que había sobrevivido a la adolescencia sin embarazos,
De la vez que acabó los estudios sin mucha nota pero con algo,
De por fin conseguir que irguiera la espalda y la pechera
Cuando caminaba por el pueblo con ella.

También olvidaba con la sal yendo hacia las cepas de su cicatriz
Un preciado recuerdo en el suroeste,
En los bulevares de un astillero deplorable,
Donde un Bogart de barrio le rugió:
“Me gustas.  Más tarde averiguaré porqué”
Se ruborizó aunque no era ni  mucho menos guapo,
Se sintió hermosa, repleta
Y acto seguido endureció sus tobillos
Y se recolocó las tetas.

Las largas algas le ataban a su memoria todas las patas
Desde lo más liviano hasta en lo más íntimo,
Y fue fácil sentirse bien
Con las risas explosivas y mindangas de su dulce niño,
Con el taladro de sus llantos entre sus pechos insuficientes y cortados,
Sumergiéndose como hierros soltados
En el piélago del infinito.

 Si había un problema en Eva
Era el ser todo y lo que le daba la gana
En su propio e ideal cuento en la rivera.
La soledad que es una artista del veneno
La tocaba como una flor
Y en esas lejanas orillas
Olvidaba y olvidaba ella
Estar de vuelta
Y ser concretamente Eva.

 -Dimas- También conocido como Elchichodelmillóndecéntimos











domingo, 9 de febrero de 2014

Cherchez la femme


El otoño estaba siendo caluroso.

Las hojas todavía no rugían bajo los pies presurosos de la gente, ni bajo el plomizo paso de los míos. Las chicas sentían recelo de esconder sus clavículas detrás de capas y capas de ropa. Mis canillas, muy abajo de aquellas miríadas de hombros desnudos, no querían ser menos y también se resistían a dejar de ver ese exuberante espectáculo. Era como si el verano no hubiera querido abandonarnos sin darnos antes un largo y pegajoso abrazo.

Aparte de éstos, mis recuerdos de aquel otoño se amontonan como una fina neblina que no deja ver, aun habiendo dejado pasar el tiempo, el vasto océano que se extiende bajo ésta. Poniendo toda mi atención, sólo acierto a recordar, a ver, lo pequeño, la superficie, la neblina. Recuerdo el calor y la viscosidad de la camiseta sudada bajo la mochila. Recuerdo el olor del asfalto derritiéndose en la parte nueva de la ciudad y de la humedad al cruzar el lastimero río. Recuerdo la presencia revoloteadora del incienso que se escapaba a través de las grietas de alguna de las iglesias de la parte vieja de la ciudad. Y recuerdo el estremecimiento que me producía la brisa al recorrer todo mi cuerpo, cuando llegaba y dejaba caer todos mis bártulos a los pies de la escalera de entrada.

Pero por mucho que trate de esforzarme, nunca consigo llegar a ver el océano. No sé dónde, aunque en realidad no importa. No sé cuándo exactamente, pero sí que fue en ese otoño. Te encontré y no te buscaba. Te vi en ese entonces caluroso y en ese lugar indeterminado. Me fijé en ti, en tu cadencia, en tu fuerza gravitatoria, en el halo blanco que desbordaban tus hombros desnudos, en tu corona oscura como recién bruñida. Sin embargo, el tiempo no se paró, ni la gente de alrededor desapareció, ni los sonidos disminuyeron. Pero algo ocurrió para que eclipsaras todo aquello que en ese momento podía distraerme, incluso a aquel que entonces se alimentaba de tu sola presencia.

El otoño siguió siendo caluroso unas semanas más.