martes, 1 de noviembre de 2011

Frutas del bosque nevado (II)


KO.
Un bosque, sin duda alguna encantador. Me desperté en un bosque encantador y nevado, blanco. Aún así preferiría que no fuese un bosque.
Acostado aún en el suelo, intentando recordar cómo había llegado a esa situación, vi unos cuervos cruzar mi campo de visión y perderse, a lo lejos, en el más blanco de los cielos. Esto me hizo recordar lo que me había desvelado del letargo impuesto por el puño de Françoise, la camarera: un zumbido, como de batir de alas, que venía desde alguna de las frondosidades que me rodeaban, pero rápidamente el batir de alas había sido sustituido por un canto estridente que también se desvaneció. Seguramente habrían sido los mismos pájaros que unos segundos después había visto perderse, recortando sus siluetas negras, en ese cielo a punto de estallar.
Pero rememorar por un segundo mi idilio con Françoise, la púgil, hizo que mi mandíbula y mi pómulo izquierdos volvieran a retorcerse de dolor. Fue entonces cuando, al tocar las deformidades de mi cara, me despegué del suelo y me puse en pie, muerto de miedo por no saber donde estaba ni lo que había pasado la noche anterior, y muerto de dolor por mi cara desnaturalizada y mi espalda ahora sin piel y en carne viva.
Y, por si fuera poco, a todo esto se le sumó el dolor (físico y mental) de cabeza que me sobrevino al resbalar con una especie de cuadernillo que pululaba por allí cuyo título, vi después de incorporarme, rezaba algo así como “Moleskine de un nuevo Mesías: vida, pasión y muerte de Samuel Mavic”.
No necesito presentarme porque, según esto, ya estoy muerto.

P.D.: A aquellos miembros que estudian en el exilio: no me creo que no estéis escribiendo. He dicho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario