El
cofre tenía la boca abierta
Y
Eva recontaba sus galletas
Con
los lagos celestes
Sobrevolando
y vertiendo destellos sobre la isla recóndita.
Con
la arena rosada haciendo industriosos montículos entre sus pies.
Con
los mongólicos flamencos rascándose el pico contra los cocoteros.
Con
el buen tiempo disfrazando su piel.
Ya
llevaba el suficientemente tiempo perdida
Entre
líneas
Como
para ir vestida con hojas y ramitas,
Con
lama y verdín,
Que
vivían, que se ondulaban en los soplos del anochecer,
Mucho
antes que ella, por allí.
(Hasta
cien llegó a contar)
Y
todo ese jugar por los bajíos al escondite
Con
los tesoros escondidos por la corriente,
Le
daban hambre
Y
le hacían olvidar.
Un
sol débil y difuso,
Enfermizo
y del todo sin despertar,
Como
con sus rayos recién salidos del mar,
Se
había extendido por su mente
Como
un tintero volcado,
Como
una primavera de atolones y arrecifes,
Y
había igualado con tinta y coral,
Todas
las palabras importantes
Que
antes habían sido escritas,
Que
antes ocupaban su lugar.
Eva
mordisqueada por el dibujo de las olas que se alejan
Olvidaba
la hora de la tarde en la que le gustaba besar a su chico,
Y
como éste, sin que ella lo pidiera, le intentaba animar
A
prescindir de su soledad.
Soledad
que la vestía y entrecomillaba,
Soledad
que agradecía y a veces esperaba
Entre
la multitud y su arrogancia.
Se
olvidaba de la acidez de su droga favorita
Y
como está burbujeaba adentrándose en su nariz,
Arrancándole
la vida, desglosando su sangre
Y
llevándola a sitios por vistas a vestigiosas luces
Y
por pedregosos e inclinados pasillos.
Sitios
a los que pertenecía realmente.
Sitios
aún más raros que éste.
Dejaba
de lado los días de pago
Y
el amarillento y recto bigote de su casero apuntando,
Tratándola
como morosa y niñata.
Pero
también se le empezaba a borrar el hecho de respirar
Con
todas las fuerzas que le había enseñado la libertad,
Con
todas las nubes blancas que aguantaban sus pulmones
Al
despojarse de la pesadez del dinero debido durante meses,
El
hecho de irse inmediatamente después a meter la cabeza en las barras
A
preguntarle a una camarera risueña por
su espumosa caña.
Olvidaba
las violentas discusiones pasadas
Con
su padre por sus horas de vuelta
Y
su monologo peyorativo que con los años se había convertido,
Casi
sin darse cuenta,
En
un golpe amable en la espalda cuando se encontraban
Porque
de alguna forma estaba orgulloso de ella,
De
la vez que había sobrevivido a la adolescencia sin embarazos,
De
la vez que acabó los estudios sin mucha nota pero con algo,
De
por fin conseguir que irguiera la espalda y la pechera
Cuando
caminaba por el pueblo con ella.
También
olvidaba con la sal yendo hacia las cepas de su cicatriz
Un
preciado recuerdo en el suroeste,
En
los bulevares de un astillero deplorable,
Donde
un Bogart de barrio le rugió:
“Me
gustas. Más tarde averiguaré porqué”
Se
ruborizó aunque no era ni mucho menos
guapo,
Se
sintió hermosa, repleta
Y
acto seguido endureció sus tobillos
Y
se recolocó las tetas.
Las
largas algas le ataban a su memoria todas las patas
Desde
lo más liviano hasta en lo más íntimo,
Y
fue fácil sentirse bien
Con
las risas explosivas y mindangas de su dulce niño,
Con
el taladro de sus llantos entre sus pechos insuficientes y cortados,
Sumergiéndose
como hierros soltados
En
el piélago del infinito.
Si
había un problema en Eva
Era
el ser todo y lo que le daba la gana
En
su propio e ideal cuento en la rivera.
La
soledad que es una artista del veneno
La
tocaba como una flor
Y
en esas lejanas orillas
Olvidaba
y olvidaba ella
Estar
de vuelta
Y
ser concretamente Eva.
-Dimas- También conocido como Elchichodelmillóndecéntimos