El
otoño estaba siendo caluroso.
Las hojas todavía no rugían bajo los pies presurosos de la gente, ni bajo el plomizo paso de los míos. Las chicas sentían recelo de esconder sus clavículas detrás de capas y capas de ropa. Mis canillas, muy abajo de aquellas miríadas de hombros desnudos, no querían ser menos y también se resistían a dejar de ver ese exuberante espectáculo. Era como si el verano no hubiera querido abandonarnos sin darnos antes un largo y pegajoso abrazo.
Las hojas todavía no rugían bajo los pies presurosos de la gente, ni bajo el plomizo paso de los míos. Las chicas sentían recelo de esconder sus clavículas detrás de capas y capas de ropa. Mis canillas, muy abajo de aquellas miríadas de hombros desnudos, no querían ser menos y también se resistían a dejar de ver ese exuberante espectáculo. Era como si el verano no hubiera querido abandonarnos sin darnos antes un largo y pegajoso abrazo.
Aparte
de éstos, mis recuerdos de aquel otoño se amontonan como una fina
neblina que no deja ver, aun habiendo dejado pasar el tiempo, el
vasto océano que se extiende bajo ésta. Poniendo toda mi atención,
sólo acierto a recordar, a ver, lo pequeño, la superficie, la
neblina. Recuerdo el calor y la viscosidad de la camiseta sudada bajo
la mochila. Recuerdo el olor del asfalto derritiéndose en la parte
nueva de la ciudad y de la humedad al cruzar el lastimero río. Recuerdo la presencia revoloteadora del incienso que se escapaba a
través de las grietas de alguna de las iglesias de la parte
vieja de la ciudad. Y recuerdo el estremecimiento que me producía la brisa al recorrer todo mi cuerpo, cuando llegaba y dejaba caer todos mis
bártulos a los pies de la escalera de entrada.
Pero
por mucho que trate de esforzarme, nunca consigo llegar a ver el
océano. No sé dónde, aunque en realidad no importa. No sé cuándo
exactamente, pero sí que fue en ese otoño. Te encontré y no te
buscaba. Te vi en ese entonces caluroso y en ese lugar indeterminado.
Me fijé en ti, en tu cadencia, en tu fuerza gravitatoria, en el halo
blanco que desbordaban tus hombros desnudos, en tu corona oscura como
recién bruñida. Sin embargo, el tiempo no se paró, ni la gente de
alrededor desapareció, ni los sonidos disminuyeron. Pero algo
ocurrió para que eclipsaras todo aquello que en ese momento podía
distraerme, incluso a aquel que entonces se alimentaba de tu sola
presencia.
El otoño siguió siendo caluroso unas semanas más.
Uh mucho más profesional que mi prosa. Suena a escritor XD
ResponderEliminarMi prosa no. Ya te pasaré algo del relato que estoy escribiendo