-No me gusta este coche, huele a incienso y menta -dijo él con impaciencia.
-¿Qué dices? Estás loco –le respondió ella, a la vez que metía la cabeza por la ventanilla del copiloto-. ¡No digas tonterías! -gritó desde dentro del coche, para que le pudiera oír fácilmente. Sacó la cabeza, se volvió y oteó el horizonte del concesionario-. ¿Puede venir y oler el coche? –le dijo a un hombre de aspecto robusto y pendenciero. Éste les miró con furia primero, y después con desdén. Se dio la vuelta en seguida, y siguió con sus asuntos.
-¡Pero qué cojo…! No has visto la mirada que nos ha echado, casi nos fulmina como un rayo.
-¡Calla! Es culpa tuya. Ve sacando el talón y…
-No me gusta, ya te lo he dicho. Además, es de color malva, y sabes que ese color no lo puedo ni ver -dije, pero con tan poca convicción que sabía que esta batalla la tenía perdida.
-¡Ah! ¡Dios! Paranoico, chalado, eres un chalado. No puedes dejar que una cosa que pasó hace tanto tiempo te siga afectando de esta manera. Apártalo de tu vida, y si tú solo no puedes, ve a un psicólogo, él sabrá con qué drogarte… Es que, la verdad, no sé como sigo aguantándote, si estuviéramos juntos lo entendería, pero siendo lo que somos… -le gritó delante de todo el mundo. Había tocado sus dos puntos débiles y ella lo sabía: uno, la vergüenza en público, y dos, su atípica relación fácilmente quebrantable.
-Vale -dijo derrotado-, quedémonos este coche. Pero que sepas que no pienso conducirlo en todo el viaje.
-No vas a hacer lo que te dé la gana, las cosas no son así… -hizo una pausa y se volvió con intención de preguntarle de nuevo al tipo con ganas de pendencia.
-¡Para, para! Está bien – dijo él totalmente hundido pero con una tremenda rabia contenida. Sí, había sido un KO evidente, pero su único consuelo es que había sido por puntos.
-¿Qué dices? Estás loco –le respondió ella, a la vez que metía la cabeza por la ventanilla del copiloto-. ¡No digas tonterías! -gritó desde dentro del coche, para que le pudiera oír fácilmente. Sacó la cabeza, se volvió y oteó el horizonte del concesionario-. ¿Puede venir y oler el coche? –le dijo a un hombre de aspecto robusto y pendenciero. Éste les miró con furia primero, y después con desdén. Se dio la vuelta en seguida, y siguió con sus asuntos.
-¡Pero qué cojo…! No has visto la mirada que nos ha echado, casi nos fulmina como un rayo.
-¡Calla! Es culpa tuya. Ve sacando el talón y…
-No me gusta, ya te lo he dicho. Además, es de color malva, y sabes que ese color no lo puedo ni ver -dije, pero con tan poca convicción que sabía que esta batalla la tenía perdida.
-¡Ah! ¡Dios! Paranoico, chalado, eres un chalado. No puedes dejar que una cosa que pasó hace tanto tiempo te siga afectando de esta manera. Apártalo de tu vida, y si tú solo no puedes, ve a un psicólogo, él sabrá con qué drogarte… Es que, la verdad, no sé como sigo aguantándote, si estuviéramos juntos lo entendería, pero siendo lo que somos… -le gritó delante de todo el mundo. Había tocado sus dos puntos débiles y ella lo sabía: uno, la vergüenza en público, y dos, su atípica relación fácilmente quebrantable.
-Vale -dijo derrotado-, quedémonos este coche. Pero que sepas que no pienso conducirlo en todo el viaje.
-No vas a hacer lo que te dé la gana, las cosas no son así… -hizo una pausa y se volvió con intención de preguntarle de nuevo al tipo con ganas de pendencia.
-¡Para, para! Está bien – dijo él totalmente hundido pero con una tremenda rabia contenida. Sí, había sido un KO evidente, pero su único consuelo es que había sido por puntos.
jajaja, que hija de pe... no me extraña que ya no le gusten los caramelos de menta, ¿no? jeje. Buen texto.
ResponderEliminar