martes, 10 de noviembre de 2009

Hostal "El Grito"



Cuatro días interminables de disputas, discusiones, golpes en las paredes de papel y sollozos en los más oscuros silencios de la noche. Y mientras, el Señor J y la Señora Y, enclaustrados en la habitación 232, pretendían pasar esos días sin llamar la atención, desapercibidos (ésa era su principal misión), aunque en ese expresionista lugar lo más seguro era salir siempre de la habitación con un ojo morado o un algodón en la nariz empapado en sangre, por si acaso.


Apenas se dirigieron la palabra durante esos días en aquella extrañamente soleada habitación, y aún así la Señora Y estaba cansada de oír la historia del Señor J, una historia que alguien que no la conociera pensaría que había nacido de un momento de decaimiento, de profunda angustia y desesperación existencial del escritor más convulso-angustioso que puedas encontrar. Pero ésta sólo narraba un episodio de su vida, tan común entre el resto de la gente, que era extraño que hubiera marcado su vida de forma tan voluptuosa. Por ello le hastiaba oir una y otra vez la “trágica historia de mi vida”, como solía empezarla él, el pesado, inmaduro y maloliente Señor J. Pero no le decía nada y le dejaba contarla, porque sabía que si no le permitía expresar todos sus sentimientos y emociones, no podrían hacer el trabajo que tenían encomendado, y acabarían criando malvas en el más profundo pozo del más oscuro e inhóspito bosque del país, con suerte ya con un tiro en la sien cuando les dejaran tirados en el lugar donde volverían a formar parte de la tierra.


Paredes rojizas, hombres con gorras (sombreros de copa) que le cubrían la mayor parte del rostro difuminado.
Una barandilla de madera, un golpe seco, cristales, y un grito a medianoche.


No pudieron aguantar más y esa misma noche salieron del hostal, y con 4 horas de adelanto respecto al horario establecido de común acuerdo con sus mecenas, cogieron el coche malva y emprendieron el camino hacia todos y hacia ningún lugar.

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